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Foto del escritorFrancA Pizzarra

Montaña Rusa


Por varias razones, crecí con una necesidad imperante de tener el control sobre mi vida. Hacía listados de metas y objetivos mensuales, y ni hablar del futuro…, ese lo tenía perfectamente diseñado, con medidas, planos y materiales. Soñar con mi futuro era mi plan favorito, ¡para qué ir a cine! Y, como aprendí que esa era la única manera de trazar un destino exitoso, porque que a las personas que admiraba les había funcionado, pues me entregué a ese capricho como si me estuviera lanzando a una piscina.


Cuando entré a esa etapa en la que crees que cada decisión es definitiva, que es cuando debes asistir a la universidad, escoger tu práctica profesional, elegir pareja, etc., empecé a sentir que mi vida era un animal salvaje imposible de domar. ‘¿Por qué a los demás les salen las cosas tal como las pensaron y a mí no?’, me preguntaba todos los días. Naturalmente, cuando descubres que tienes frente a tus ojos una bestia indomable con la que tendrás que convivir cada segundo de tu existencia, aparece el temor a no poder sobrevivir a la frustración. Por eso estuve de acuerdo con muchos cómics que asociaban la vida con una montaña rusa: cuando crees que todo va a salir bien y que vas directo hacia el cielo de los ideales, aparece un abismo en el horizonte que no puedes esquivar; todo para que, a los pocos segundos y sin darte cuenta, estés andando por una ruta más amable.


Con el tiempo comprendí que este es un trato muy común que tiene Dios con Sus hijos.

Amigos, el control es para uso exclusivo de aquel que tiene el cargo de “Creador”, y nosotros sencillamente debemos aprender a depender de Él. De eso se trata la fe.

Ahora, La vida con Dios no es como ir a un parque de atracciones improvisado y destartalado en los que saludas desde los aires al chico esquelético que sostiene una hoz y se viste de negro (en mi ciudad hay un parque así… créanme que existe), sino como ir a Orlando. Lo digo porque, después de tantos giros inesperados, debo admitir que ahora lo que más agradezco es que el carrito en el que voy tiene un excelente sistema de seguridad; puedo subir o puedo bajar sin miedo, porque voy montada en las manos de Papá.


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