Una ventana grande para ver las montañas y las nubes es lo primero que busco cuando me mudo de apartamento, porque eso es lo que me ayuda a recordar cuán grande es Dios, cuánta creatividad depositó en cada elemento que compone el universo, cuánto poder tiene que existir para sostener la vida y cuánto realmente dependo de Su amor. Con esto también estoy diciendo que ver un pedacito de Su inmensidad, así sea dentro de un marco, me recuerda que soy pequeña y frágil, y que no hay nada que en Su sabiduría no pueda resolver. A veces pienso que si estamos encerrados entre cuatro paredes y un techo todo el día, lo único que terminamos viendo es nuestro propio ombligo y, en consecuencia, nos cuesta más adorar a Dios. Por eso, hay muchas personas que sobrevaloran la vida llena de ocupaciones y que menosprecian el poder de la contemplación. Yo, en cambio, he entendido que si logramos sacarle provecho a lo que la creación tiene para decirnos sobre el Creador, podemos aprender más que con nuestra propia ciencia y razón. Incluso, creo que es en esos momentos cuando podemos recuperar la consciencia del valor de la vida y de todo lo que existe a nuestro alrededor. Entonces, si te has tomado el tiempo para leer este post, te reto a que no dejes pasar este día sin que te pares frente a una ventana.
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