¿Cuándo has visto un pez salirse del agua, porque está cansado de depender de ella? ¿Te imaginas si esto llegará a pasar? Primero, aunque en su mente considere que el mar es demasiado limitado para lo que aspira experimentar en su vida, su organismo no está diseñado para resistir las exigencias de vivir en la tierra y nunca le van a salir pulmones, sin importar cuánto los quiera. Creo que lo mismo sucede con Dios. Él es nuestro ambiente natural y solo en Él podemos nacer, crecer, soñar y existir, como si fuéramos peces nadando en el agua.
Ahora, imagina que eres un agricultor que sales todas las mañanas a labrar la tierra y a sembrar. Cómo eres un trabajador inagotable y estás dispuesto a sacrificar lo que sea necesario para tener una buena cosecha, crees que ese será el resultado de tu esfuerzo. Pero van pasando las semanas y empiezas a sentir angustia, porque no llueve. Luego, descubres que también creció una plaga de una forma que jamás la hubieras podido anticipar. Además, el viento deja de jugar a tu favor y el sol parece no dar tregua. Así mismo es la vida: hay cosas que se salen completamente de nuestro control.
La vida moderna nos demanda muchas cosas e intentar alcanzarlas todas con nuestras fuerzas es absolutamente desgastante. Y trabajar inagotablemente para ver que nuestro esfuerzo no da fruto es lo más frustrante que puede existir. Pero todas estas cosas suceden cuando olvidamos que fuimos diseñados para que hagamos equipo con Dios, para que trabajemos de la mano con Él. Cuando estamos conectados con Su corazón, Él nos muestra los tiempos para cada cosa, nos da estrategias, nos ayuda a anticipar problemas y nos cubre la espalda cuando algo se nos pasa o cuando hay alguna amenaza. ¿No te parece más fácil vivir así?
“El discípulo que se mantiene unido a mí, y con quien yo me mantengo unido, es como una rama que da mucho fruto; pero si uno de ustedes se separa de mí, no podrá hacer nada”.
-Juan 15:5-