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Foto del escritorFrancA Pizzarra

La vida


Me duelen profundamentea todas las injusticias que se han cometido en contra de la mujer, por ser mujer… yo misma he tenido que vivir experiencias producto del paradigma enfermo que hay detrás del machismo. Y agradezco a Dios que hemos avanzado, aunque sé que todavía nos falta mucho. Pero, en las últimas semanas, a causa del debate que se está presentando en mi país con respecto a la legalización total del aborto, el vacío en el estómago se ha hecho más profundo, porque de repente vi que el problema es todavía más grave: no somos una sociedad segura para la vida. Para nosotros, considerar la muerte antes de nacer o después es normal. En mi opinión, esto habla mucho de la clase de humanidad en la que nos hemos convertido. ¿O siempre hemos sido así? Hemos convivido tanto con la muerte que nos acostumbramos a ella, negociamos con ella, la dejamos entrar y salir de nuestras casas como si fuera normal. Y no, no es normal. Y al hablar de la muerte no me refiero solo al aborto, sino a los niños abandonados por padres que están muy ocupados con sus propias carreras o deseos egoístas, a las generaciones de mujeres que de tantas heridas ahora creen que gestar la vida no es un don, a la soledad y la hostilidad que se enfrentan cuando deciden dar a luz, a la guerra, al destierro, a las injusticias. Es triste ser parte de una sociedad que a veces sacraliza la vida y a veces no, según su propia conveniencia. Mi invitación entonces es que volvamos a entender la vida como sagrada y, a partir de ahí, busquemos soluciones coherentes para protegerla y protegernos entre todos... sí, la utopía también resonó en mi mente al escribir estas últimas palabras, pero también sé que al trabajar en los deseos que parecen imposibles es donde nos hacemos más humanos.

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