Estaban en medio de una tormenta, y todos los discípulos —los mismos que habían visto a Jesús hacer muchos milagros — estaban llenos de miedo y pensaban que iban a morir ahogados. ¿Qué estaba haciendo Cristo mientras tanto? Durmiendo. ¿Cuántas veces nos hemos sentido morir en medio de una situación que no tiene aparente salida? ¿Qué es lo que necesito para conservar la paz y no permitir que nada perturbe mi descanso? Bueno, se me ocurren tres cosas a partir del pasaje:
1. Jesús sabía que la tormenta era temporal y que no iban a morir. Era cuestión de esperar. Él sabe cuándo debemos actuar y cuándo debemos descansar. Entonces, solo necesitamos poner nuestros ojos en él y seguir su ejemplo. ¡Que las circunstancias y las emociones no sean las que determinen nuestras reacciones!
2. En medio del caos vale la pena robarse un instante para hacer un inventario de las cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas (sus milagros y promesas cumplidas) y creer que, si lo hizo una vez, ¡lo volverá a hacer!
3. Cristo nos dejó la autoridad para que lo imitáramos, o sea, que podemos ordenarle a las aguas y al viento que se aquieten. Con esto no quiero decir que podemos manipular las cosas que no nos gustan y tornarlas a nuestro favor, pero sí creo que podemos ponerle orden a lo que Dios nos entregó para administrar: nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo.
Y, por último, si no tenemos la fe desarrollada para lo que estamos enfrentando hoy, no significa que no la estemos desarrollando para el mañana. Si avanzamos en la historia, después de este pasaje, podemos ver que la fe de los discípulos se fortaleció de manera asombrosa, pero esto fue gracias a un cúmulo de experiencias que tuvieron con Cristo y a su intimidad con él. Esto quiere decir que simplemente debemos caminar a su lado y dejar que él haga lo suyo jejeje. ¡Cuando menos pensemos, nos sorprenderemos de todo lo que hemos avanzado!