Si ya llevas algunos años de creyente, entenderás si te digo que creer en Dios no te garantiza la solución a todos tus problemas, el cumplimiento de cada uno de tus deseos ni una billetera llena. Y sé que tampoco te sorprenderás, si te digo que las oraciones tampoco provocan los milagros que esperamos, como si fuera una máquina dispensadora de alimentos. “Señor, ¡cuándo me vas a responder!”, “Dios, llevo mucho tiempo orando por lo mismo y no pasa nada”, “Si he cumplido todos los Mandamientos, ¿por qué no abres las puertas que están cerradas?”. Las anteriores son afirmaciones muy comunes de un concepto que he escuchado mucho últimamente llamado “la fe transaccional”. En este post, quiero contarte que entiendo completamente lo que se siente tratar de entablar ese tipo de relación con Dios y descubrir que es un error. Pero, también te puedo asegurar que, si estás pasando por ahí y estás padeciendo una crisis de fe, no hace falta que le añadas preocupación a tu carga. Solo te pido que no dejes de creer que las respuestas están todas en Él y te animo a que cruces tus dudas de la mano de Dios. No te alejes, búscalo más y con la disposición correcta, y verás que el cielo se despejará en el tiempo oportuno y saldrás de la confusión con una fe fortalecida. Mientras tanto, puedes sobrellevar esta etapa de tu vida sabiendo que Él te ama y que, a cambio de nuestro corazón estropeado, Jesús nos entrega el suyo para que podamos seguir avanzando en pos de sus planes. Jesús nunca dudó de la buena, agradable y perfecta voluntad del Padre, permaneció fiel y persistió hasta el final. Su corazón por el nuestro, esa es la transacción que realmente nos debe interesar.
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