¿Les gustan mis momentos de extrema honestidad? Bueno, aquí va otro. No me gustan los cambios. También me muero del susto cuando tengo que enfrentar nuevos retos y la idea de tener que empezar desde cero me pone los pelos de punta. A ver si me explico mejor: no me gusta ser la nueva en un grupo; coger el papel en el que venía trabajando, arrugarlo, botarlo a la canasta de la basura y enfrentarme a una nueva página en blanco; llegar a una ciudad nueva donde no sé en qué sitio venden un buen café; ponerle fin a una relación de cualquier índole o mudarme de apartamento. Volver a empezar me exacerba. De hecho, ahora que lo pienso, por eso nunca pude conocer más mundos en Mario Bros (conmigo la princesa se fregó). ¿Alguno se siente identificado? Jajaja.
Como les contaba en el post anterior, soy consciente de que esa es la vida. Yo sé que para volar hay que saltar del nido, que “el que quiere marrones, aguanta tirones” * (dicho popular de los abuelos colombianos), que a veces es bueno hacer "borrón y cuenta nueva", y que Abraham tuvo que salir de su zona de confort y enfrentarse a la incertidumbre para llegar a la tierra prometida. Y, aunque yo estoy aquí para animarlos y compartir las cosas que he aprendido en mi relación con Dios, también quiero que recuerden que está bien aceptar qué hay cosas que nos dan miedo, que somos débiles y que no siempre nos sentimos como para romper la piñata. ¿Saben por qué? Porque esa es la parte más importante del proceso. Ese dolor es el que nos lleva a madurar ideas y a acercarnos más al perfecto Consejero, al verdadero Consolador. El negar que somos frágiles no nos hace más fuertes. La fortaleza está en reconocer que necesitamos al que todo lo puede.
“En medio de mis angustias y grandes preocupaciones, tú me diste consuelo y alegría” (Salmos 94:19)
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*Este dicho popular lo usaban las mamás o las abuelas cuando tenían que peinar a sus hijas, pues ese ritual naturalmente implica tirar un poquito de aquí y otro poquito por allá, sacar una lágrima por aquí y otra por allá. Yo lo traigo a memoria cada vez que me tengo que depilar las piernas.
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